Hay personas en los equipos que sostienen más de lo que se ve. No son los más rápidos, ni los más elocuentes. No destacan en reuniones, ni aparecen en los correos de felicitación. Pero están. Siempre están. Son los primeros en llegar y los últimos en irse, los que no saben decir que no, los que responden un domingo sin pedir explicación.
Y no todo el mundo lo nota. Inclusive su disposición es tal, que se vuelve paisaje: sabemos que siempre contamos con ellos.
Pero ahí están. Sus intentos. Su disposición. Su fidelidad. Su cansancio oculto. Su lealtad inquebrantable. Veo cómo lo hace todo, como puede, con lo que tiene. Y no, no siempre lo hace bien. Pero lo hace.
Es tanto el compromiso que puede que ocurra un fenómeno con la mayoría de estas personas: se vuelven familia, se vuelven amigos. Se empiezan a compartir tantos momentos, tantas ocasiones —en algunos casos especiales—, tantas situaciones donde se levanta el teléfono para pedir ayuda… que la línea entre lo personal y lo laboral se va difuminando.
Entonces, entre trabajo y responsabilidad, llegan las risas, los chistes y los momentos divertidos, pero aparece una línea tenue donde la confianza se pixela: ya no se distingue claramente lo que es broma, lo que es respeto y palabras subidas de tono que normalizamos en esta cultura latina porque estamos en momento de juego.
Y sin darnos cuenta, comenzamos a herir. A ofender. A menospreciar. A normalizar el desprecio disfrazado de chiste en situaciones o entornos laborales.
Y entonces me pregunto: ¿qué tipo de liderazgo estamos ejerciendo si, conociendo la carga del otro, no nos detenemos a acompañarlo de verdad? ¿Si, por cercanía, olvidamos que la empatía no se vuelve opcional, sino aún más necesaria?
Se supone que, cuando hay confianza, también hay comprensión. Que la cercanía nos da la oportunidad de ver más allá de lo evidente, de intuir lo que el otro no dice, de ofrecer guía cuando más se necesita.
Es necesario conocer a cada miembro de tu equipo —de los que participan directa e indirectamente— y comprender sus debilidades para convertirlas en oportunidades. Allí, el líder tiene que ser guía, no juez. Apoyo, no presión.
Es normal que el día a día te lleve a ir a muchas revoluciones, a asumir que todos piensan igual que tú. Pero no siempre es así. Una cesta de manzanas parecerá uniforme, hasta que te detienes a mirar cada una con atención y descubres que ninguna es igual.
Factores como estudios, experiencia, entorno social, inteligencia emocional, edad, entre otros, son tan individuales y particulares que no es viable simplemente pedir algo sin instrucciones claras (para el otro) y esperar que simplemente se entienda.
Y si el otro no entiende, ¿de quién es la responsabilidad? ¿Del que no comprende, o de quien no supo explicar desde la realidad del otro?
El liderazgo, cuando es consciente, se hace estas preguntas. No para culparse, sino para ajustar el camino. Porque ser líder no es solo dar instrucciones: es saber cómo se dan. Es entender desde dónde parte cada persona. Es tener la sensibilidad para corregir sin humillar, para enseñar sin imponer, para acompañar sin invadir.
Porque liderar es, ante todo, un acto humano.
Si en tu equipo tienes un ser hormiga —esa persona que hace todo con tal compromiso que ni tres con más capacidades igualan su lealtad— toma una pausa. Obsérvalo. Respétalo.
No utilices la amistad como excusa para ofender. Algunas palabras pueden ser profundamente hirientes en los momentos más inadecuados. El cerebro, como una inteligencia artificial, también se programa. Si le repites a alguien que es lento, que no razona, que su forma de resolver es tonta, lo estás programando para normalizar sus errores y aceptar ese lugar sin cuestionarlo.
Podría ser diferente. Podrías cambiarlo con frases más motivacionales, con paciencia para guiar, con una visión más amplia para acompañar. Podrías ser ese jefe que transforma. Ese líder que comprende. Ese ser humano que ve más allá del error y reconoce a esa hormiguita —tan clave para el funcionamiento del hormiguero— como parte fundamental del éxito grupal.
Y esto también hará fácil tu trabajo, tu día a día. Se minimiza el reproceso, la incertidumbre, y se maximiza el potencial de una persona que ilumina sin brillar.
A ti, que siempre estás, gracias. Por tu entrega silenciosa, por tu constancia que no pide aplausos, por tu lealtad que sostiene a tantos sin ser vista. Gracias por no rendirte. Por hacer sin preguntar. Por dar cuando nadie lo nota. Eres más valioso de lo que imaginas, y tu presencia, aunque callada, ilumina el camino de todos.
WOW…tienes un panorama muy claro del tipo de liderazgo que nos conduce hoy, con sus debilidades que incluso son transmisibles de líder en un escalafón al líder del escalafón siguiente.
Los integrantes de una organización que están dirigidos con esta fórmula de liderazgo, a veces son muy valientes y decididos por lo q no se rinden y persisten, pero también están los que no se pueden rendir porque no es una opción, esos deberían preocuparnos más en el día a día, por ellos y por la organización misma.
No enfatizo en los errores del liderazgo q describes primero porque está muy bien descrito y segundo porque caería irremediablemente en una forma de queja o lamento q no viene al caso porque no aporta para un posible cambio.
Te dejo un sentir personal y aunque sea repetir, te diré que de las cosas w más lamento, es ver cómo personas muy jóvenes, comienzan a estructurar sus liderazgos a imagen y semejanza de los más terribles errores. Gracias y un abrazo.
Gracias por este comentario tan honesto y profundo. Lo leí varias veces, y cada línea me hizo pensar en la responsabilidad que tenemos, no solo como líderes, sino como espejos para quienes vienen después.
Me tocó especialmente eso que mencionas: los que no se pueden rendir porque no es una opción.
Esas personas sostienen más de lo que mostramos en reportes, más de lo que reconocemos en palabras. Y sí, deberían preocuparnos. Deberían ocuparnos.
También comparto contigo esa tristeza silenciosa de ver cómo liderazgos jóvenes, que aún están en formación, replican estilos autoritarios, poco empáticos, porque es lo que han visto… y porque creen que liderar es imponer. Por eso, escribir este tipo de reflexiones, y recibir mensajes como el tuyo, me reafirma que vale la pena seguir poniendo sobre la mesa conversaciones incómodas, pero necesarias.
Gracias por sumar con tanta profundidad. Seguimos sembrando, aunque a veces parezca que no florece… lo hará.
Un abrazo para ti también.
Totalmente de acuerdo que maravilla de echo me siento muy identificado, muy buena reflexión