Llegar aquí no ha sido fácil.Ocho años… persiguiendo un avión. Hay situaciones en la vida que no son casualidades, sino causalidades. Un día, hace ocho años, me topé con una persona. De caminos lejanos, de realidades distintas, de percepciones opuestas. Tomó mi número telefónico y, sin más, me abrió la puerta a un nuevo mundo. A una oportunidad única.Solo tenía que estar en el lado correcto de la vida… y desde entonces, persiguiendo un avión.
Tuve que atravesar tantos desaciertos para aprender que no lo sé todo. Que el mundo gira, pero no a mi alrededor. Que cada historia es distinta, y que cada paso, si se da bien, te acerca a donde debes estar.Y si no lo das tan bien… simplemente llegas más lento. Tuve que destruirme y desestructurarme para volver a armarme. Y ahora, recogiendo las piezas y poniéndolas en su sitio, sigo persiguiendo un avión.
Las victorias, por más pequeñas, se sentían como una explosión de adrenalina. A veces, incluso cuando le ganábamos al sistema. Y aunque ese sabor a triunfo solo durara unas horas, mantenía viva la esperanza de que un día llegarían esas medallas de oro. Y mientras tanto, cada día… persiguiendo un avión.
Una medalla de oro es solo eso: un reconocimiento por una carrera ganada. Pero yo me sentía una atleta olímpica. Corría, corría, corría. Estaba segura de que mi velocidad era la correcta, que nada podría detenerme, que iba a alcanzarlo.Estaba segura de que lo lograría, así que seguía… persiguiendo un avión.
Esta carrera no empezó de la nada. Yo sé que me programé desde niña para esto. Porque, por más increíble que parezca, siempre dije que iba a estar donde estoy, haciendo lo que hago.
Estaba escrito en mi libro de vida.
- Eso creía.
- Eso creo.
- Yo soy la mejor.
- Esto es lo que quiero.
- Y desde entonces, vivo persiguiendo un avión.
Hoy, con 33 años de vida, 19 años de experiencias laborales, y 8 años en mi avión llamado JLV, me doy cuenta de algo que me costó entender:
Pero yo lo hice. Por ocho años creí que podía alcanzarlo corriendo. Que si lo intentaba más fuerte, con más velocidad, con más sacrificio… lo lograría. Y no solo no lo alcancé. Me cansé. Me frustré. Me rompí. Me enfermé.Y aún en medio de la recuperación… seguía persiguiendo un avión.
Esperaba medallas de oro que no llegaron.Esperaba un reconocimiento que siempre me dijeron que no necesitaba.Y no saber recibirlo, o no entender por qué no llegaba, me dolía más de lo que admitía.Tal vez aún no lo entiendo del todo… pero empiezo a aceptarlo: el reconocimiento verdadero debe venir de mí.
Puedes ser pasajero. Puedes ser piloto.Pero lo que no puedes… es seguir corriendo detrás de algo inalcanzable, esperando que la meta venga a ti.
Hoy, después de ocho años, dejo de perseguir. Hoy elijo volar.Y aprender —al fin— a pilotar.
Feliz aniversario 8 en JLV, mi querida Génesis.